viernes, 13 de septiembre de 2019

Disfruta de un fragmento de "Mujercitas", de Louisa May Alcott

NAVIDAD no será Navidad sin regalos ‐murmuró Jo, tendida sobre la alfombra.  
‐ ¡Es tan triste ser pobre! ‐suspiró Meg mirando su vestido viejo. 
‐No me parece justo que algunas muchachas tengan tantas cosas bonitas, y otras nada ‐añadió la pequeña Amy con gesto displicente. 
‐Tendremos a papá y a mamá y a nosotras mismas, dijo Beth alegremente desde su rincón.   
Las cuatro caras jóvenes, sobre las cuales se reflejaba la luz del fuego de la chimenea, se iluminaron al oír las animosas palabras; pero volvieron a ensombrecerse cuando Jo dijo tristemente:   
‐No tenemos aquí a papá, ni lo tendremos por mucho tiempo.   
No dijo “tal vez nunca”, pero cada una lo añadió silenciosamente para sí, pensando en el padre, tan lejos, donde se hacía la guerra civil.   Nadie habló durante un minuto; después dijo Meg con diferente tono:   
‐Saben que la razón por la que mamá propuso que no hubiera regalos esta Navidad fue porque el invierno va a ser duro para todo el mundo, y piensa que no debemos gastar dinero en gustos mientras nuestros hombres sufren tanto en el frente. No podemos ayudar mucho, pero sí hacer pequeños sacrificios y debemos hacerlos alegremente. Pero temo que yo no los haga ‐y Meg sacudió la cabeza al pensar arrepentida en todas las cosas que deseaba.   ‐Pero pienso que el poco dinero que gastaríamos no ayudaría mucho. Tenemos un peso cada una, y el ejército no se beneficiaría mucho si le diéramos tan poco dinero. 
Estoy conforme con no recibir nada ni de mamá ni de ustedes, pero deseo comprar Undine y Sintran para mí. ¡Lo he deseado por tanto tiempo! ‐dijo Jo, que era un ratón de biblioteca.   
‐He decidido gastar el mío en música nueva  ‐dijo Beth suspirando, aunque nadie la oyó excepto la escobilla del fogón y el asa de la caldera.   
‐ Me compraré una cajita de lápices de dibujo; verdaderamente los necesito ‐ anunció Amy con decisión.   
‐Mamá no ha dicho nada de nuestro propio dinero, y no desearía que renunciáramos a todo. Compremos cada una lo que deseamos y tengamos algo de diversión; me parece que trabajamos corno unas negras para ganarlo ‐ exclamó Jo examinando los tacones de sus botas con aire resignado.  
 ‐ Yo sé que lo hago dando lecciones a esos niños terribles casi to‐do el día, cuando deseo mucho divertirme en casa ‐dijo Meg quejosa.   
‐No hace la mitad de lo que yo hago  ‐repuso Jo  ‐. ¿Qué te parecería a ti estar encarcelada por horas enteras en compañía de una señora vieja, nerviosa y caprichosa, que te tiene corriendo de acá para allá, no está jamás contenta y te fastidia de tal modo que te entran ganas de saltar por la ventana o darle una bofetada?  
‐Es malo quejarse, pero a mí me parece que fregar platos y arreglar la casa es el trabajo más desagradable del mundo. Me irrita y me pone tan ásperas y tiesas las manos que no puedo tocar bien el piano ‐y Beth las miró con tal suspiro, que cualquiera pudo oír esta vez.   
‐No creo que ninguna de ustedes sufra como yo ‐gritó Amy‐; porque no tienen que ir a la escuela con muchachas impertinentes, que las atormentan si no llevan la lección bien preparada, se ríen de nuestros vestidos, defaman a nuestro padre porque no es rico y nos insultan porque no tienen la nariz bonita.   
‐Si quieres decir difamar dilo así, aunque mejor sería no usar palabras altisonantes  ‐ dijo Jo, riéndose.   
‐Yo sé lo que quiero decir, y no hay que criticarme tanto. Es bueno usar palabras escogidas para mejorar el vocabulario ‐respondió solemnemente Amy.   
‐No disputen niñas: ¿no te gustaría que tuviésemos el dinero que perdió papá cuando éramos pequeñas, Jo? ¡Ay de mí! , ¡qué felices y buenas seríamos si no tuviésemos necesidades! ‐dijo Meg, que podía recordar un tiempo en que la familia había vivido con holgura.   
‐Has dicho el otro día que, en tu opinión, éramos más felices que los niños King, porque ellos no hacían más que reñir y quejarse continuamente a pesar de su dinero.   
‐Es verdad, Beth; bueno, creo que lo somos, porque, si tenemos que trabajar, nos divertimos al hacerlo, y formamos una cuadrilla muy alegre, según Jo.   
‐¡Jo habla en una jerga tan chocante! ‐observó Amy, echando una mirada crítica hacia la larga figura tendida sobre la alfombra.   Jo se levantó de un salto, metió las manos en los bolsillos del delantal y se puso a silbar.   
‐No hagas eso, Jo, es cosa de chicos.   
‐Por eso lo hago.   
‐Detesto a las muchachas rudas, de modales ordinarios.   
‐Y yo aborrezco a las muchachas afectadas y pedantes.   
‐"Pájaros en sus niditos se entienden" ‐cantó Beth la pacificadora, con una expresión tan cómica que las dos voces agudas se templaron en una risa, y la riña terminó de momento.   
‐Realmente, hijas mías, ambas merecen censura ‐dijo Meg poniéndose a corregir a sus hermanas con el aire propio de hermana mayor. 
‐. Tienes ya edad, Jo, de dejar trucos de muchachos y conducirte mejor. No importaba tanto cuando eras una niña pequeña, pero ahora que eres tan alta y te has puesto moño, deberías recordar que eres una señorita.   
‐¡No lo soy! ¡Y si el ponerme moño me hace señorita, me arreglaré el pelo en dos trenzas hasta que tenga veinte años!  ‐gritó Jo, quitándose la red del pelo y sacudiendo una espesa melena de color castaño  
‐. Detesto pensar que he de crecer y ser la señorita March, vestirme con faldas largas y ponerme primorosa. Ya es bastante malo ser chica, gustándome tanto los juegos, las maneras y los trabajos de los muchachos. No puedo acostumbrarme a mi desengaño de no ser muchacho, y me‐nos ahora que me muero de ganas de ir a pelear al lado de papá y tengo que permanecer en casa haciendo calceta como una vieja cualquiera  ‐y Jo sacudió el calcetín azul, el color del ejército, hasta sonar todas las agujas, dejando rodar el ovillo hasta el otro lado del cuarto.   
‐ ¡Pobre Jo! Lo siento mucho, pero no podemos remediarlo; tendrás que contentarte con dar a tu nombre forma masculina y jugar a que eres hermano nuestro ‐ contestó Beth acariciando la cabeza tosca puesta sobre sus rodillas, con una mano cuyo suave tacto no habían logrado destruir todo el fregar de platos y todo el trabajo doméstico.   
‐En cuanto a ti, Amy  ‐dijo Meg  ‐, eres demasiado afectada y presumida. Ahora tus modales causan gracia, pero llegarás a ser una persona muy tonta si no tienes cuidado. Me gustan mucho tus modales agradables cuando no tratas de ser elegante, pero tus palabras exóticas son tan malas como la jerga de Jo.   
‐Si Jo es un muchacho y Amy algo afectada, ¿qué soy yo, si se puede saber? ‐preguntó Beth dispuesta a recibir su parte de la reprimenda.   
‐Tú eres una niña querida, y nada más  ‐respondió Meg calurosamente y nadie la contradijo, porque el "ratoncito" era la favorita de la familia.   
Como nuestros lectores jóvenes querrán formarse una idea del aspecto de nuestras heroínas, aprovecharemos para trazar un dibujo de las cuatro hermanas ocupadas en hacer calceta en un crepúsculo de diciembre, mientras fuera caía silenciosamente la nieve y dentro de la casa chisporroteaba alegremente el fuego. 
El cuarto era agradable, aunque la alfombra estaba algo descolorida y los muebles eran de una simplicidad severa; buenos cuadros colgaban de las paredes, en los estantes había libros, florecían crisantemos y rosas de Navidad en las ventanas, y por toda la casa flotaba una atmósfera de paz.   Margaret o Meg, la mayor de las cuatro chicas, tenía dieciséis años; era muy bonita, regordeta y rubia; tenía los ojos grandes, abundante pelo castaño claro, boca delicada y unas manos blancas, de las cuales se vanagloriaba un poco. 
Jo, que tenía quince años, era muy alta, esbelta y morena, y le recordaba a uno un potro; nunca parecía saber qué hacer con sus largas extremidades, que se le atravesaban en el camino. Tenía la boca decidida, la nariz respingada, ojos grises muy penetrantes, que parecían verlo todo, y se ponían alternativamente feroces, burlones o pensativos. Su única belleza era su cabello, hermoso y largo, pero generalmente lo llevaba descuidadamente recogido en una redecilla para que no le estorbara; los hombros cargados, las manos y los pies grandes y un aire de abandono en su vestido y la tosquedad de una chica que se hacía rápidamente mujer a pesar suyo. 
Elizabeth o Beth tenía unos trece años; su cara era rosada, el pelo liso y los ojos claros; había cierta timidez en el ademán y en la voz; pero una expresión llena de paz, que rara vez se turbaba. Su padre la llamaba "Pequeña Tranquilidad", y el nombre era muy adecuado, porque parecía vivir en un mundo feliz, su propio reino, del cual no salía sino para encontrar a los pocos a quienes amaba y respetaba. Aunque fuese la más joven, Amy era una persona importantísima, al menos en su propia opinión. Una verdadera virgen de la nieve; los ojos azules, el pelo color de oro, formando bucles sobre las espaldas, pálida y grácil, siempre se comportaba como una señorita cuidadosa de sus maneras.   
El reloj dio las seis, y después de limpiar el polvo de la estufa Beth puso un par de zapatillas delante del fuego para calentarlas.  
Después de la lectura
1. Caracteriza a las Mujercitas en su
a. Apariencia física.
b. Personalidad.
c. Aspecto social.
2. Escribe tu opinión sobre la expresión de Meg "es tan triste ser pobre". Pide al siguiente participante su opinión sobre otros aspectos del fragmento.
3. ¿Se puede pensar que las niñas sufrían en su época lo que actualmente conocemos como bulling?

domingo, 5 de mayo de 2013

La rebelión de los montes


Los árboles se despertaron antes que el sol sacara los brazos del horizonte. Ni el canto del corochiré, ni las corridas del venado, ni las cosquillas del rocío en las nervaduras de las hojas, fueron la causa. Tampoco las disputas de los loros o la acechanza del cazador: algo más siniestro se cernía sobre la calma del monte.
  Con los ojos chorreando sueño escucharon el tronar de los motores, como un presagio de malos tiempos. Los golpes iniciales, liberando la leche de las cortezas, provocaron la alarma del palo santo y la indignación de los coronillos. Nuevamente estaban allí, los hombres.
     Un estremecimiento recorrió el follaje. Un sollozo menudo comenzó a fluir de las alburas, impregnando el aire de un aroma triste. 
     Las lianas gritaban, enardecidas. Los arbustos, engalanados para sus próximas bodas, lamentaban la pérdida inminente de las compañeras. Y los árboles añosos guardaban silencio.
     Los animales corren, saltan, se escabullen entre las matas. Por aquí, por allá, pronto, que ya se acercan. Las aves, despavoridas, piden refugio a la distancia.
 Año tras año tenemos que aguantarlos, protesta un lapacho amarillo. Nos despojan de nuestros amigos, se queja el timbó, vertiendo un agua espesa. Nos arrebatan la sombra, se rebela un tarumá. Desbaratan las colmenas. Ultrajan el perfume. Silencian el murmullo que nos habita.
     El campamento cobra vida. Cuatro estacas y un cuero sobre el envarillado precario, algo de paja y palmas, es todo el resguardo contra la susurrante vitalidad del monte.
El vientre de los montes es la gran matriz del universo. En él muere y renace la vida, el incomprendido lenguaje de la naturaleza, medita un cedro en voz alta.
     Aquella noche hubo un concilio en la floresta. Escogidos los ejemplares de buen fuste; condenada, con la incisión precisa, la resina aromática de los más vigorosos, todos sabían que a la mañana siguiente, sin reparos en la floración o en el albergue que otorgaban a los pájaros, comenzaría la tala.
     Agobiados por tamaña indiferencia, y por la fatiga de rebrotar para morir sin tregua, los árboles conjeturaron el camino a seguir. Se acabó la paciencia, la estoica conformidad, el duelo después de  la mutilación y del abandono. No estaban dispuestos a dejarse avasallar una vez más, aunque sí resueltos a impedir que el filo del invasor los volteara.
     Se irían para siempre. Por rigurosa votación se decidió la partida. ¿Pero adónde?, preguntaban los retoños sin experiencia. A un lugar donde no nos destruyan, respondían, resignados, los ancianos.
     Luego de mucho discutir, se pusieron de acuerdo sobre los pormenores de la fuga.
No era cosa de trasladar su pena mudando de paraje simplemente, olvidándose de florecer a fin de pasar inadvertidos. No era justo exigir a los pájaros que no cantaran o a las comadrejas que abandonasen sus guaridas, como tampoco podían negarles refugio a los coatís solitarios contra los disparos del predador.
     Ocultarse era imposible. Ningún sitio escapa a la rapiña de los hombres, confirmaron los más altos desde sus copas lejanas. Adonde fuesen, estarían a la vista como pilares verdecidos.
Las deliberaciones se tornaron intrincadas. ¿Qué alternativa tenían? Ninguna. Antes de amanecer desprenderían sus raíces partiendo, para siempre, con las bestias.
     No fue fácil acordar los detalles. Algunos árboles cobijaban familias enteras que se negaban al traslado; otros pretextaron la pesada carga de sus frutos, y la mayoría temía que se le cayeran los nidos de los brazos. Finalmente, se decidió que esa noche, no bien saliera la luna, el monte entero escaparía hacia la altura, dejando al hombre huérfano de fronda. 
     Cuando se dio la señal, levantaron las ramas como si hubieran sido alas y, a la voz de libertad, ascendieron hacia el cielo, isla enorme de savia y de sombra.
Grande fue su estupor al comprobar el desatino de las aves, el escape precipitado de los lagartos, los aullidos de los zorros rojos, el fúnebre graznido del urutaú. Los animales se fueron resbalando hacia las fosas que quedaron, mientras ellos remontaban vuelo, sin posibilidad de detenerlos.
     Llegaron, por fin, a una región exenta de amenazas, desde donde observaron el mundo suspendido, como un ojo vacío del universo.
     ¡Oh sorpresa! Los animales iban cayendo en la congoja. Los hombres, sentenciados a vivir sin sombra, deambulaban por los páramos, y las nubes, sin el llamado del follaje, retenían los aguaceros, mientras se agrietaba la tierra como una fruta sin pulpa.
No se llevaron consigo un picaflor, una colmena, una serpiente. Todos permanecieron abajo para extrañar su ausencia.
     A la vista de aquella desolación, y arrepentidos de las consecuencias de su fuga, los árboles decidieron volver. Desilusión. Anclados en el cielo, impedidos del más leve movimiento, presenciaron la claudicación de las especies.
     Una mañana, algo extraño aconteció. Mirando el erial en que se había convertido su antiguo asentamiento, entreabrieron los troncos y, desde el corazón que esconde la médula olorosa, fluyó una tupida lluvia de semillas, que  lentamente fue cubriendo los campos desmochados.
     Al verlas, desvalidas sobre tanta aridez, se pusieron a llorar, hasta que el sol hizo germinar nuevamente la vida.
Tarea
a. Después de realizar una lectura atenta, imagina tu bosque ideal y descríbelo usando figuras literarias.

Renée Ferrer de Arréllaga (paraguaya)

jueves, 9 de agosto de 2012

Lectura sobre los valores: LA FÁBRICA DE SUEÑOS


La fábrica de sueñosHace muchos, muchos años, existió un hombre muy bueno que soñaba con cumplir sueños ajenos. Desde pequeño, los sueños habían sido muy importantes para él. A medida que fue creciendo, se dio cuenta que a muchas personas les era dificultoso hacer realidad lo que soñaban y, lo que era peor, a muchos otros, les era imposible soñar.
Y entonces, soñó la manera de ayudar a la gente a concretar sus sueños, y como lo soñó con todo el corazón, lo hizo realidad. Con todos sus ahorros, construyó así la primera (y única) “Fábrica de sueños”. Muchos dijeron que estaba loco, otros tanto no y lo ayudaron a cumplir su meta.
Trabajaron muy duro y construyeron un edificio con muchas oficinas. La fábrica tenía diferentes dependencias: “Sueños de grandeza”, “Sueños de gloria”, “Sueños sencillos”, “Sueños de amor” y en el último piso y atendida por su dueño, estaba la oficina de los “Sueños Imposibles”.
A esta última costaba un poco llegar, pero se llegaba siempre porque para Mario, su dueño, no había ningún sueño que no se pudiera hacer realidad. Luego de mucho trabajo, muchas críticas y algunos elogios, la fábrica se inauguró. Como de sueños se trataba y de esos que se sueñan despiertos, cada persona que entraba veía a la fábrica de diferente manera.
A quienes tenían sueños de grandeza, la fábrica les parecía el edificio más imponente que hubiesen visto jamás. Por el contrario, los que soñaban una vida simple, veían en ella sólo una simple construcción, cálida y agradable. Dicen que quienes soñaban con ser artistas, podían escuchar, al entrar, música que nadie tocaba y aplausos que nadie brindaba.
Los que soñaban con un gran amor, aseguraban haber sido atendidos por un angelito que los guiaba con una flecha a su destino tan ansiado. Y como siempre se dijo que “soñar no cuesta nada”, Mario jamás cobró por sus servicios.
La fábrica trabajaba día y noche buscando amores correspondidos, teatros a sala llena con público que aplaudiera de pie, o logrando –simplemente- un helado de siete sabores. Pero, sin dudas, su mayor esfuerzo era enseñarles a las personas que para los sueños, también hay que trabajar y luchar.
Esta era la parte más difícil del trabajo de Mario. La gente llegaba a su fábrica creyendo que, con sólo expresar en voz alta su deseo, el mismo ya podría ser cumplido.
- A un sueño, hay que ayudarlo – Decía siempre Mario- hay que trabajar para lograr lo que uno desea y a veces mucho -Agregaba a sus sorprendidos clientes.
Muchos no lo entendían y se retiraban de la fábrica enojados y desilusionados. Por el contrario, quienes sí entendían de qué se trataba, trabajaban duramente por lograr su cometido.
Y así era que podía verse en cada oficina, personas estudiando mucho, entrenando, ensayando, reflexionando sobre sus defectos para poder hacer felices a otros. Magos que aprendían trucos sin trucos, payasos que ensayaban rutinas insólitas por lograr la risa más sonora que se hubiese escuchado jamás.
También había cocineros probando sabores nuevos, recetas locas, combinaciones exóticas, todo por lograr el plato ideal, la comida más rica jamás preparada. Había muchos escritores que borraban, volvían a escribir, hacían bollitos de papel y todo en busca de su tan ansiado libro y otros, que soñaban con salvar el planeta que iban recolectando y reciclando todos los residuos que la fábrica generaba.
Fueron tiempos felices, donde la mayoría de la gente empezó a entender que un sueño no sólo se sueña, se construye, se defiende, se sostiene y luego se logra.
Dicen, quienes recuerdan aquellos tiempos, que mientras la fábrica estuvo abierta hubo menos robos y los noticieros daban más noticias buenas que de las otras. También aseguran que la gente enfermaba menos y entonces, médicos y enfermeras usaban el tiempo libre que tenían en concretar sus propios sueños. Los ahorros de Mario se iban acabando, mucho había invertido y nada ganaba, sin embargo él no pensaba en eso y seguía adelante.
- Deberíamos empezar a cobrar ¿no le parece Mario? –Preguntaba, Tomás fiel colaborador.
- De ninguna manera ¡Cobrar por ayudar a cumplir un sueño! ¡Ni soñando!
- Las reservas se acaban, yo se lo que le digo –Insistió el joven.
Sin embargo, Mario hizo oídos sordos a lo que decía su colaborador. Era consciente que ya casi no había dinero para sostener la fábrica en marcha, pero su deseo de seguir ayudando pudo más.
Tomás trataba de ajustar lo más que podía el presupuesto, pero sabía que tarde o temprano, en realidad, más temprano que tarde, el dinero se acabaría por completo.
- ¿Has visto Tomás? Esa joven ha encontrado el amor- Comentó entusiasmado, un día Mario.
- No queda plata en el banco –Dijo el joven.
- A propósito, se ha recibido de doctor Don Julio, a los setenta años.
- Me alegra señor –respondió el joven.
- Pues sonríe entonces ¿dónde está tu alegría?
- No hay dinero señor, no lo hay ¿cómo podremos seguir?
Mario no respondió. No toleraba la idea de perder la fábrica. Y llegó el día tan temido. La fábrica cerró sus puertas. Mario no fue el único que sufrió la pérdida, pero si fue el que más lo hizo. Sentado en lo puerta del gran edificio ya vacío, pensaba en que no había hecho las cosas bien y se culpaba por no haber escuchado a Tomás.
Comenzó a invadirlo una gran sensación de fracaso. Al día siguiente de cerrar la fábrica, Tomás volvió a ella, sabiendo que encontraría a Mario, como siempre, como todos los días.
Se sentó a su lado, en el umbral de la puerta. Mario no apartaba la mirada del suelo.
- He fracasado – Dijo Mario sin mirar al joven.
- Ya lo veremos – Respondió Tomás.
Mario no entendió las palabras de su amigo, pero no tardaría en hacerlo.
Con el tiempo comenzó a darse cuenta que la mayoría de las personas habían aprendido que soñar era mucho más que desear algo. Vio que el fruto de su esfuerzo se reflejaba en niños sanos, amores correspondidos, aplausos sentidos y gente feliz.
Se dio cuenta que, a pesar de que la fábrica hubiese tenido que cerrar sus puertas, la gente no sólo no había dejado de soñar, sino que trabajaba con ahínco por lograr sus metas.
No había sido en vano, no había soñado un sueño imposible. Había abierto en cada persona una puerta que ya no podría volver a cerrarse.
Y entonces fue feliz, aún más de lo que había sido siempre.

Tarea
1. Después de leer el cuento contesta esta  pregunta: Cuál es la relación del título con el contenido del cuento?
2. Escribe tu comentario y deja tu pregunta para el siguiente participante.

lunes, 26 de marzo de 2012

El humor de Mafalda


 
Actividades
1. Lee las tiras de la niña filósofa y luego emite tu opinión al respecto.
2. ¿Quién fue el autor de "Mafalda"? Agrega  una breve reseña sobre el mismo.
3. Deja una pregunta para el siguiente participante de este blog.... algo que le haga pensar en el mensaje del humor de Mafalda!

lunes, 16 de enero de 2012

MI PERRO BOLITA, León Tolstoi

(León Tolstoi)
Mi perro se llamaba Bolita. Era un dogo negro, con las patas delanteras blancas. Una característica de los dogos es tener la mandíbula inferior más prominente que la superior y, en consecuencia, los dientes de abajo quedan montados sobre los de arriba. Bolita tenía este rasgo tan acentuado que, entre sus dos hileras de dientes, cabía más de un dedo. Sus colmillos sobresalían de su ancho hocico, y sus ojos muy grandes relampagueaban. Era muy luerte, pero afortunadamente no mordía, ya que cuando se agarraba de algo con los dientes, las mandíbulas se le trababan y era imposible desprenderlo.
Recuerdo que en una oportunidad lo azuzaron en contra de un oso, al que cogió por una oreja, y se quedó allí, aferrado como una sanguijuela. El oso lo zarandeó sin lograr zafarse. Desesperado se tiró al suelo, tratando de aplastarlo, pero Bolita no le soltó la oreja. Para que lo hiciera tuvieron que lanzarle baldes de agua fría.
Yo lo recibí cuando era un cachorrito y siempre lo cuidé personalmente. Sin embargo, no quería llevármelo al Cáucaso, así es que lo hice encerrar y me fui sigilosamente.
Cuando llegué a la primera estación, donde tenía que cambiar de carruaje, observé avanzar por la carretera un bulto negro y brillante. Era mi perro Bolita que venía a galope tendido, y apenas me descubrió se me lanzó encima, lamiéndome las manos. Temblaba, respirando fatigado, casi sin aliento.
Más tarde supe que Bolita había roto los vidrios de una ventana y saltado desde allí para seguirme. Me encontró después de recorrer veinticinco kilómetros, desafiando un calor sofocante.
TAREA
a. Quién es el autor? Investiga su biografía on line.
b. Por qué el perro es más fiel amigo que el propio hombre ?
c. Deja tu nueva  pregunta para reflexionarla!!!

lunes, 24 de octubre de 2011

"La casa de todos", un cuento ecológico español

La casa de todos                           Tarea para segundo curso
Cuento ecológico español
En cierta ocasión un grupo de jóvenes hicieron una excursión al bosque y después de comer, cuando ya se iban a marchar a casa, cuál no sería su sorpresa, que un pino les dijo:
__  ¿Quién ha tirado esa botella?
   Todos se quedaron asombrados y callados, y en espera que contestara quien la había arrojado, al no hacerlo, el pino lo señaló con sus ramas y le dijo:
__  Tú has sido.
   Sus amigos lo miraron sorprendidos y el joven se disculpó diciendo:
__  Sí. Yo he sido, quizás no debí de hacerlo…pero bueno, es una simple botella de plástico.
__  Una simple botella –replicó el pino- que unida a otras botellas, papeles, botes, bolsas y desperdicios, si todos hiciéramos igual, el bosque sería una pocilga.
__  Lleva razón, señor pino –le respondió uno de los jóvenes-. Muchos pocos hacen un mucho.
   Cuando, ya de regreso a casa, cruzaron un riachuelo, éste le dijo a los jóvenes:
__  ¿Quién ha arrojado este bote a mis aguas?
   Todos callaron de nuevo, pero en seguida uno de ellos dijo:
__  El domingo pasado yo arrojé un bote de refresco. No debí de hacerlo, desde luego, pero…
   Y el río murmuró:
__  Si todos hicieran igual, yo sería un lodazal.
   Siguieron caminando de regreso a casa y al pasar cerca del mar éste les dijo:
__  ¿Quién ha enterrado en la playa estas mondaduras de naranja y esta bolsa de plástico?
   Nadie contestó, pero como insistiera preguntando el mar, uno de ellos dijo:
__  Yo lo he hecho alguna vez.
__  Yo enterré una vez en la arena –dijo otro- las peladuras de un melocotón.
__  Peladuras de naranja, melocotón, bolsas de plástico –replicó el mar- si todos hicierais igual, la playa sería un basurero.
   Finalmente, cuando llegaron a la ciudad, al pasar por la Plaza Mayor, dijo un gorrión que estaba en la rama de un arbusto:
__  ¿Quién ha arrojado ese papel al suelo?
__  ¿Ése? – preguntó un joven-, pero si es un papel muy pequeño.
__  Da igual –replicó el gorrión- quien arroja un papel pequeño es capaz de arrojar otro mayor.
   Escuchó la conversación un gato que andaba por allí y le dijo a los jóvenes:
__  El mundo es la gran casa de todos. La sala de estar son las ciudades; el jardín de la casa  son las selvas y los bosques y el baño son los ríos y el mar. Si cada uno de nosotros cuidamos el lugar donde estamos, todo el mundo estará limpio y será un lugar agradable para vivir.
¿Por qué crees que las personas siempre hacen lo contrario a lo que saben que está bien?
Instrucciones
Al final del texto tienen una pregunta en color para responder. El primero que ingrese al blog responde el cuestionamiento y deja una nueva pregunta, para que el próximo compañero la responda y deje a su vez su pregunta.
Se evaluará no sólo la pertinencia de la respuesta, sino sobre todo, la calidad de la pregunta. Al redactar la pregunta tengan en cuenta el texto, la comprensión del mismo, los elementos narrativos estudiados en clase.